Arquitectura, Naturaleza y Energía

Cenizarios

Colegio Gimnasio Moderno, Bogotá
2006

Equipo de trabajo: Christian Binkele, Mauricio Pinilla. Christian Harold Raymond, Catalina Abad, Jairo Ovalle y Diego Ospina.
Construcción: Ribon Perry y Compañia.

El Gimnasio Moderno, fundado en 1914 en cercanías del casco urbano de la Bogotá de entonces, ocupa unos terrenos que hace rato han sido rodeados por un crecimiento urbano tumultuoso y cada vez más denso y apretado.
Sus edificios originales, de ladrillo y construidos con sencillez y austeridad alrededor de La Raqueta, una plazoleta de prado que por su forma, ha sido así bautizada por la comunidad escolar, poseen un valor que ha merecido
declararlos como Bien de Patrimonio Nacional. A mediados de siglo, el colegio encargó al arquitecto Juvenal Moya el proyecto de una capilla y vio levantarse un edificio espléndido, de leves cáscaras de concreto entre cuyas curvaturas se tejió una delicada red de vitrales que modula y tiñe de colores la luz cambiante del sol de la sabana al pasar al espacio interior. Al lado de la capilla, con el paso del tiempo, bajo sendas lápidas sobrias, fueron sepultados dos de los más queridos profesores del colegio, Agustín Nieto y Ernesto Bein.

Al surgir la idea de construir un pequeño cenizario anexo a la capilla, que permitiera arraigar el significado que esta ha ido condensando a lo largo de medio siglo en la memoria de la colectividad, quedó planteado el delicado problema de realizar una intervención en el lugar que por una parte considerara con máximo respeto la traza de los monumentos allí presentes y por otra, que no afectara la estructura de espacios libres ni comprometiera la existencia de los altos árboles cercanos. La topografía del lugar fue la clave para ir descubriendo el camino que el proyecto debía seguir para concretarse. El terreno desciende suavemente desde el limite oriental del colegio, sugiriendo un edificio levemente enterrado que apenas se distinga en el entorno y que comunique a quien en él penetre una sensación de descenso hacia la tierra, contrastada con la serenidad mística que puede provocar el ingreso cenital de la luz a su interior.

Varias eran las opciones de proyecto. Desde planear las celdas para las urnas como un muro de contención al aire libre, que se disipara entre la pendiente y la vegetación y conformara una especie de línea de horizonte frente a la cual se alzaran con toda su gracia las airosas catenarias invertidas de la capilla, hasta una catacumba, una galería totalmente subterránea que desapareciera de la vista.

Tras una primera presentación a las directivas del colegio, el proyecto optó por la galería subterránea, intentando inicialmente configurar su geometría de acuerdo con los trazados de las cotas de la topografía.

El círculo ha tenido en diversas culturas desde los albores del hombre sobre la tierra un valor simbólico entrañable, convocando alrededor del centro y transmitiendo a quienes en él penetran una sensación de resguardo, como si sus límites constituyeran los bordes de un universo propio, amparado de la confusión exterior y de toda amenaza. Así mismo, el círculo como forma posee una neutralidad que le permite arrimarse a otras geometrías sin dificultades de composición. Ante la proximidad de la planta en cruz de la capilla, el círculo flota con soltura y admite mejor que ninguna otra forma, la posibilidad de renunciar a imponer su presencia para mimetizarse y diluirse en el entorno.